Es sabido por todos que los niños poseen una imaginación prodigiosa, y hasta es posible que noten algo que nosotros, los adultos, ya no vemos.
La siguiente historia fue contada por un hombre campesino, mi abuelo, nacido y criado entre los cerros de la Sierra Madre del Sur. En su niñez, abundaban las leyendas de seres extraños y peligrosos en el pequeño pueblo sin energía eléctrica. Los niños crecían con un constante temor a lo que pudiera haber afuera.
En una ocasión, mi abuelo (Gabriel) jugaba al anochecer entre la maleza y los árboles con otros niños y su prima. Gabriel se apartó y se quedó observando una pequeña vereda que se perdía entre los matorrales.

El camino por donde la figura se acercaba.
Notó una figura a la distancia, avanzando de forma miserable, casi como si estuviese herida. Conforme se acercaba, pudo ver más detalles: pelo largo y alborotado, muy delgada y vestiduras blancas. Pero lo que causó pavor fueron sus piernas, dispuestas de una forma tan extraña que estaban cruzadas en forma de equis, caminando como un compás, pero a una velocidad asombrosa.
El niño no lo pensó dos veces, corrió de vuelta, tomó fuertemente a su prima de la mano y huyeron hacia el pueblo. Al llegar a casa, el pequeño Gabriel contó a su madre todo lo que vio, pero nadie más lo había presenciado. Con el tiempo, la llegada de la electricidad y las escuelas hicieron que el pueblo perdiera parte de su misticismo.
Años después, Gabriel, ya casado y con hijos, regresaba de un día de pesca con una de sus hijas de unos 7 años, caminando por la orilla de la playa al atardecer. La playa estaba completamente vacía.
Repentinamente, la pequeña apretó la mano de su padre y dijo:
— Papá, quiero irme a casa. Pero me da miedo esa señora, camina extraño.
— Rápido papá, vámonos. Ella viene hacia nosotros, es una señora de blanco, tiene los pies cruzados y camina muy rápido. Tengo miedo.
Solo esas palabras bastaron para que un maduro hombre de 40 años, sintiendo cómo una presencia puramente malvada se acercaba velozmente y sintiendo el familiar terror de su niñez, levantara a su hija y huyera corriendo. Al llegar al pueblo, la sensación de ser perseguido se esfumó. Esta vez, Gabriel no dijo nada, solo le explicó a su esposa que un perro los perseguía, pues no había visto nada en realidad.
La última aparición
El narrador cuenta que esta historia vino a su mente hace unos días a raíz de un curioso acontecimiento. Se encontraba caminando por la calle con su sobrinito de 4 años, comiendo helado de regreso a casa.
Repentinamente sintió cómo su pequeña mano apretaba con fuerza la suya, y con su tierno dedo apuntó a un terreno baldío:
Tío ¿tú conoces a esa señora de allá? No me gusta como camina, sus pies están como cruzados. ¿Podemos irnos?
No había nadie allá. El narrador afirma que jamás había corrido tanto en su vida.
Autor: Eduardo Efraín Villavicencio Escobar.
Deja un comentario