El año pasado, durante el Boxing Day, encontré un adorno curioso en una caja de liquidación: un pequeño muñeco con una cámara integrada para grabar las celebraciones desde el árbol de Navidad. Lo compré por menos de diez dólares y terminó olvidado hasta que decoramos la casa este mes. Mis hijas saltaron de emoción cuando les conté que podríamos “atrapar a Santa” en cámara. Yo, por supuesto, pensaba usar mi viejo disfraz para sorprenderlas en Nochebuena.
Las noches previas encendí la cámara para asegurarme de que funcionara bien, y la revisaba por la mañana para confirmar que todo se había grabado. Una vez satisfecho, coloqué una batería nueva y la tarjeta SD a la espera del gran momento. No quería arruinar la ilusión de mis hijas con un error técnico.
La Nochebuena transcurrió entre juegos de mesa, comida chatarra y risitas nerviosas de las niñas, que aseguraban escuchar cascabeles en el techo. Cuando finalmente se durmieron, mi esposa se fue a la cama y yo me preparé para mi “actuación” navideña.
Me aseguré de cumplir con todo lo que se esperaría de Santa: comí galletas, bebí la leche, acaricié mi falsa panza y dejé algunos regalos a la vista de la cámara. Para mis estándares, fue una muy buena interpretación.
A la mañana siguiente, mis hijas insistieron en ver el video antes de abrir los regalos. Pasé la grabación a mi computadora portátil y retrocedí hasta el momento en que aparecía “Santa”. Las niñas gritaban de emoción, saltando frente a la pantalla. Yo dejé que el video siguiera reproduciéndose en segundo plano mientras tomábamos los regalos.
Entonces noté una caja que no recordaba haber puesto: pequeña, envuelta en papel azul metálico, con mi nombre escrito. Mi esposa también parecía sorprendida. Antes de que dijéramos algo, mi hija menor murmuró:
“¡Papi! ¡Debe ser del señor Elfo!”
Al principio pensé que era solo otra ocurrencia infantil, pero mi esposa preguntó con extrañeza:
“Cariño… ¿qué elfo?”
Mi hija señaló la pantalla. El video había terminado, mostrando el primer fotograma congelado.
“¡El que vino con Santa!”
Un frío repentino me recorrió el cuerpo. Reboviné el video y avancé cuadro a cuadro hasta que lo vi: una figura alta disfrazada de elfo, de pie en la esquina de la sala. Había entrado después de que apagué las luces, observándome mientras hacía mi actuación.
La cámara no registraba sonido en ese tramo, como si hubiera quedado muda. La figura permaneció inmóvil durante más de una hora, mirando hacia el árbol y hacia la cámara. Luego se acercó al plato de galletas y mordió la cabeza de un hombre de jengibre. Revisé el plato: la marca de dientes seguía allí.
Cuando se acercó al árbol, el audio volvió, dejando escuchar solo una respiración lenta y constante. Extendió la mano hacia el adorno… y la grabación se detuvo.
Busqué la caja azul con manos temblorosas, la abrí y levanté la tapa. Dentro, sobre una cama de burbujas, estaba la batería nueva que yo mismo había colocado en la cámara la noche anterior. Mi esposa revisó el adorno: la batería había desaparecido.
No sé qué me inquieta más: lo que captó la cámara… o lo que el misterioso “elfo” pudo haber hecho después de apagarla.
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